HISTORIA DE TUSGHA
En el porche de piedra, la silenciosa semiorco disfrutaba de un vaso de aguardiente bien cargado de hielo. Estaba sentada en una silla de hierro forjada por ella misma, tenía el respaldo algo revirado y cada pata era de una longitud diferente. Hacía cuatro años que trabajaba en esa herrería con Morínn Brazo de hierro, el viejo maestro enano y dueño del taller, y podría haber arreglado los desperfectos hacía al menos dos años pero esa chatarra, como la llamó Morínn la primera vez que la vio, le traía buenos recuerdos.
El pálido sol, que había intentado iluminar el día con escaso buen resultado, iba descendiendo hacia las lejanas aguas del mar entre el Picacho de hielo, al norte, y Ruazhym, la isla más al norte de grupo de las Moonshaes. En la ciudad, Neverwinter, se decía que las dos islas podían verse en otoño con el último rayo pero Tusgha sólo había conseguido intuir una en verano y la otra en invierno, por el brillo del sol en su superficie helada. Juntas el mismo día nunca.
Una fresca brisa comenzaba a despertar pero la curtida piel de la muchacha la agradecía más que darla frio. Ese día ocho de la vigesimoquinta semana del año, como casi todos desde que estaba allí, había limpiado a fondo el cuarto que el enano le había cedido para alojarse en la parte de arriba del taller, también le había preparado el taller con el material que necesitaría al día siguiente para terminar los pedidos. Por lo general las herrerías cerraban los días nueve y diez de cada semana, como casi todos los artesanos, pero Morínn ya era mayor y le molestaba la espalda si permanecía tantos días seguidos trabajando de pie, por ello había cambiado esos días por los días tres y cuatro así como los séptimos y octavos en los que acudía a disfrutar de los nietos y a dar una vuelta por la ciudad buscando encargos.
Cuando el viejo maestro recibió, hace cuatro años, la visita del jefe de la guardia portuaria y padre de Tusgha pidiéndole el favor de aceptarla como aprendiz en su taller, el enano reabrió los días siete para enseñarla el primer año, para ayudarla con algún pedido el segundo año y ya llevaba dos años desde que dió una copia de las llaves a la muchacha para que abriese ella sola los dos días que él volvía a descansar y disfrutar de la familia que se había incrementado en un par de gemelas de lo más revoltoso que no paraban de tirar de las barbas del, cada vez menos, hosco enano.
A sus 22 años de vida la semiorco aprovechaba esos días para ganar un dinero extra al margen del trabajo con su maestro. Siempre elegía trabajos duros que sabía que el enano ya no podía aceptar, de esa manera no le quitaba nunca clientes. Ese punto era importante para ella pues en ese tiempo había llegado a apreciar y respetar mucho al viejo y anteponía su amistad al posible beneficio económico.
Bebió un trago del fuerte licor enano al que Morínn la había aficionado y la silla chirrió cuando Tusgha se inclinó para ver cómo las nubes se perseguían a lo largo del horizonte. Mañana habría sido un día nueve normal y corriente de no haberse presentado ayer su padre con una nueva idea para su vida. Mañana se hubiese levantado pronto y hubiese recibido a su maestro poniéndole al día con los encargos y mostrándole cómo había colocado todo para llevarlos a cabo, luego el enano la hubiese felicitado como hacía siempre y a sus espaldas colocaría un par de cosas que él prefería tener de otra manera, hubiesen trabajado duro con poca charla a causa del sonido que ellos mismos generaban. A medio día harían un parón para comer y contarse las cosas que les habían sucedido esos dos días separados para volver al taller y rematar el trabajo hasta la noche. Por las tardes hablaban algo más pues aunque había que lijar y pulir, que también creaba ruido, Tusgha acudía varias veces a Morínn para que le diese los últimos consejos sobre las piezas que iba acabando antes de que no hubiese marcha atrás. Al final del día tomaban una copa juntos y el enano se despedía de ella hasta el día siguiente. Como aprendiz era ella la que tenía que limpiar todo y prepararlo para el siguiente día pero hacía tiempo se había dado cuenta que el bueno de Morínn disimulando entre pulido y pulido arreglaba bastante su zona ahorrándole parte del feo trabajo de última hora.
Sin embargo su tranquila vida desde hacía cuatro años, desde que llegó a la herrería, desde que cumplió los 18, iba a sufrir un nuevo cambio que volvía a tener que ver con su padre, un nuevo enano y otro favor al jefe de la guardia portuaria.
Su padre había tenido poco que ver con ella de pequeña pues el enorme orco había dejado en manos de su esposa la mayor parte del trabajo de su educación infantil que, a pesar de haber sido un poco atropellada, había transcurrido con normalidad en medio de una familia llena de amor y de olor a flores, esto último gracias a la floristería que regentaba su madre. Tan sólo a partir de los 14 años Rumaku, su padre, había empezado a influir más en su vida y educación. Un buen día de primavera se presentó en la tienda de Rosselin, su madre, y se llevo a la cría a un claro cercano al bosque. Antes de salir de la tienda Tusgha miró a su madre que intercambió una mirada con su marido, limpiándose las manos en el trapo que siempre llevaba encima de la falda para no mancharla y un hondo suspiro, dio el visto bueno.
Hasta aquel momento su vida había sido lo normal de cualquier niña. La escuela hasta los 12 y ayudando a su madre en la tienda desde entonces. Ahora su padre también quería aportar su propia experiencia y saber a su hija y eso era algo muy diferente a lo que ella estaba acostumbrada. Los catorce años fueron duros tanto físicamente, por las mañanas seguía en la tienda con su madre y por las tardes entrenaba con las armas de madera con su padre, como mentalmente. La forma en la que había aprendido las cosas con Rosselin no tenía nada que ver con la forma que tenía su padre de explicar y enseñar. Éste era bastante menos paciente y mucho mucho mucho más exigente. Con el tiempo Tusgha entendió que se debía a la presión de quedar bien con sus compañeros de trabajo y de que Rumaku quería que nunca se viese su hija por debajo de nadie, ni hombre ni mujer, ni humano ni orco y sobre todo no quería que su querida hija pasase por algo parecido a lo que pasó su madre sin poder defenderse. Estaba decidido a hacer de su hija un ser independiente, valiente, válido y digno de la confianza y el respeto de todas las gentes de las que se rodease en su vida.
La chica no creía que le fuese a gustar mucho este nuevo aspecto de su vida pero no podía dejar de admirar la energía y entrega de su padre a la causa y aunque al principio lo hacía para agradarle con el tiempo le fue cogiendo el truco al tema y era ella la que pedía más enseñanzas a su padre. Rumaku no era tonto, sabía que si conseguía encontrar la manera de encauzar a su hija por ese nuevo camino ya no la perdería por eso los primeros meses la fortaleció físicamente para pasar el segundo medio año al trabajo básico con armas de madera. Intentó tomarse las cosas con calma para que Tusgha no se negase en redondo a las pocas semanas por cansancio y dolores y tampoco impidió que la chica ayudase a su madre en la tienda. No podía entrenarla todos los días a causa de su trabajo pero volvió a decirse que tenía que tener paciencia y así ella también descansaba un poco. Con un par de horas tres o cuatro tardes por semana se conformaba.
Un mes antes de cumplir el año completo de entrenamiento hubo una revuelta en la ciudad a causa de unos visitantes poco deseables. Volvieron a la guardia de la ciudad loca, hubo muchos arrestos, bastantes heridos y hasta un puñado de muertos. Al final se consiguió que esa nueva cofradía de asesinos incipientes no echase raíces en la ciudad pero antes de irse los pocos que quedaron vivos o sin arrestar, tramaron el secuestro del hijo de uno de los nobles más influyentes de Neverwinter. Entre cinco consiguieron hacerse con el chaval, rondaba por entonces los ocho años, pero la alarma hizo que la guardia e presentase a tiempo de una buena persecución por las calles, cuando los asesinos se vieron acorralados el que llevaba la voz cantante les ordenó al resto que le cubriesen la huida. Cogió al tembloroso niño y se lo llevó amenazándole con un estilete, en pocos segundos se perdieron por las calles más estrechas y la zona más humilde de la ciudad, justo la que tenía que atravesar la semiorco cuando volvía a su casa, al taller, desde la casa de su madre.
Tusgha se cruzó con lo que parecía ser un padre con su hijo paseando o regresando a su casa a última hora del día. No sabe cómo algo le llamó la atención, quizás fuese la cara roja del niño, las ropas que llevaba que no cuadraban con ese barrio, los ojos llorosos, la tensión en los hombros del señor o la escasa comunicación afectiva entre ellos lo que hizo que se quedase más de lo normal mirándoles, el hombre se volvió y se enfrentó sacando el estilete y empujó al crio contra la pared contra la que se golpeó cayendo inconsciente al suelo. En un primer momento la joven pensó que el hombre quizás quería proteger al niño de un orco, orca en este caso, pero en cuanto entendió la verdadera situación buscó como defenderse. Encontró una silla destartalada al lado de una puerta cerrada y no dudó en usarla justo a tiempo de interponerla entre el arma y su cabeza. Paró un par de golpes más que le sirvieron para evaluar el nivel del asesino en cuanto a técnica de combate y se dio cuenta de que era un pobre diablo; aprovechando un fallo del hombre provocado por una finta bien trabajada Tusgha le atacó con una serie de golpes muy recomendada por su padre para estas ocasiones de uno contra uno y en poco tiempo le tenía cogido del tobillo y colgando cabeza abajo con un ojo morado y el arma tirada en el suelo bien lejos de su alcance. Todavía no se había dado cuenta de lo que había hecho hasta que su padre con un par de guardias aparecieron por una esquina y la vieron allí plantada.
Unos meses después su padre fue nombrado sargento de la guardia portuaria y ella recibió un bonito anillo que reconocía su servicio a la comunidad. Se enteró entonces de que el tipo era el cerebro de todo a pesar de pelear tan mal. Su padre le explicó que en algunas ocasiones los mejores o los que lo merecían no eran los que estaban al mando, a veces había intereses cruzados y otros temas que ya iría aprendiendo con el tiempo. Por suerte para ella, que aun estaba en realidad muy verde en el combate, había sido una de esas ocasiones pero como le recomendó su padre tampoco había que contarle a todo el mundo que no había habido mérito en ello.
La semiorca decidió entonces que se entretenía más con los entrenamientos y que eran más útiles que las flores de la tienda. Habló con una amiga de la escuela y se la presentó a su madre para que la ayudase con la tienda y las plantas. Era una chica rolliza que siempre tenía una bonita sonrisa y una frase amable. Desde el principio se llevó bien con Rosselin, tanto que a veces Tusgha tenía la impresión de haber encontrado una hermana perdida. Rumaku felicitó a su hija por esa estrategia y comenzaron a trabajar desde entonces con armas de verdad y mayor empeño. A partir de ese momento es cuando la alumna comenzó a exigir al profesor en vez de ser el profesor el que tenía que tirar de la alumna y el progreso fue más rápido.
Durante los tres años siguientes no hubo muchos cambios en el día a día de la joven. Tusgha seguía creciendo, ya le sacaba una cabeza a su madre, que por otro lado no destacaba por estatura ni entre las humanas, y mejorando en el combate. El hacha se había vuelto su arma favorita a pesar de que a su padre le hubiese gustado más que se aficionase a un buen mandoble. El punto fuerte de su hija era que podía manejar casi igual de bien cualquier arma con cualquier mano, era como si tuviese dos manos derechas. Rumaku no desaprovechaba nunca la ocasión de potenciar ese don y la hacía trabajar con el hacha en la derecha y una espada en la izquierda… hasta que su hija volvió a cambiar la espada por una maza.
A los diecisiete años de Tusgha Rumaku volvió a ser ascendido, esta vez a capitán de la guardia portuaria, y los días de entrenamiento se fueron reduciendo poco a poco hasta que solo pudieron quedar para esos menesteres dos días por semana. Fue entonces cuando su padre la mandó a trabajar a la herrería del enano, decía que ya era mayor para seguir con ellos en casa y que el trabajo con el metal la ayudaría a mantenerse en forma. También era importante conocer cómo se forjaban las armas, la forma de distribuir el peso para un equilibrio perfecto, los materiales más útiles para que la mano sudada no resbalase en medio de un combate y los pequeños detalles que cada arma poseía dependiendo de la forma de lucha particular de cada persona. Así como la vez que la sacó de la tienda su madre no se opuso, ésta vez sí que puso pegas al nuevo plan de su marido ¿Por qué no podía ir a trabajar y seguir allí con ellos? Ella lo hacía, todos los días salía de casa por la mañana y no volvía hasta media tarde ¿Por qué no podía hacer lo mismo su hija? Rosselin no quería dejar a su pequeña irse, solo cedió tras la promesa de visitas frecuentes y una cena romántica por sorpresa el “el asado de la abuela Rittha”, el restaurante más afamado de la ciudad.
Desde entonces Tusgha vivía en la planta de arriba del taller. Estaba a las afueras de la ciudad y era un sitio tranquilo. En la planta de abajo estaba la herrería y un porche, allí justo es donde estaba ahora descansando mirando al mar. En el piso de arriba había un par de habitaciones abuhardilladas, una la había hecho habitable el viejo enano para ella y la otra la había transformado ella en una especie de oficina para el enano. No sabía que iba a suceder mañana pero estaba segura de que echaría de menos esta casa, su padre le había dicho que se presentase en la tienda de Gundar, un mercader enano con buena reputación y que debía aceptar el trabajo que éste le encomendase. A Tusgha no le había dado tiempo de hablar con Morínn y estaba decidida a no irse sin despedirse. El viejo había sido un segundo padre para ella estos cuatro años y por otro lado seguro que el enano conocería a Gundar y podría decirle algo más de lo que le había dicho su padre.
El hecho de rememorar su juventud le hizo darse cuenta de que hasta los catorce años no comenzó a conocer bien a su padre y a entender la profunda relación que existía entre él y su madre. A lo largo de esos años cada uno le fue contando un poco de la forma en que se conocieron. Era como ver completarse un puzle pieza a pieza, cada detalle que le contaban, más su madre que su padre, le hacía entender porque eran cada uno de esa manera y cómo, gracias al amor que se profesaban, habían conseguido llegar a vivir como una familia normal. En realidad la semiorco estaba convencida de que su historia era en realidad la historia de sus padres.
Hizo sonar el hielo que quedaba y de un último trago apuró el vaso. Subió los pies a la mesita que tenía enfrente y reclinándose se perdió en la historia que unió a dos seres tan diferentes como lo eran sus padres; y de una forma tan poco común siendo uno de ellos de una raza conocida más por su belicismo y animosidad que por su cordialidad y afabilidad. Se dijo que algún día escribiría un relato sobre el tema para que las futuras generaciones conociesen la valía de su padre, un orco que salvó a una humana y se casó con ella en vez de violarla y matarla. Cerrando los ojos con el último rayo de sol ocultándose bajo el mar se imaginó las palabras que usaría:
“Mis padres se aman profundamente a pesar de que lo normal es que la gente no se lo crea y les echen miradas desaprobatorias cuando les ven juntos…..
